miércoles, 7 de diciembre de 2011

Perú: Paseando por los Andes


"El mundo es de quien nace para conquistarlo y no de quien sueña que puede conquistarlo". (Fernando Pessoa) 
Afortunadamente casi nada estaba planificado de antemano en este viaje y eso me ha permitido el ir improvisando la ruta, quedarme semanas enteras leyendo en la terraza de una cabaña o, en el último caso, pasar unos cuantos días en Perú. A pesar de todas las sugerencias recibidas, este país estaba totalmente descartado porque no quería ir a demasiados sitios y que ello me impidiera verlos sin prisas.
Sin embargo, las ganas de ver a algunos amigos me ha hecho incumplir los planes iniciales y finalmente he ido a unos cuantos países que no figuraban en mi carta de navegación, aunque he de decir que todos esos re-encuentros, algunos después de 10 años, han sido grandiosos y, sólo de pensarlo, me emociono por la ilusión que me ha hecho.
La verdad es que, cuando lo cuento, el comentario habitual es "tienes amigos repartidos por todo el mundo". Sí, se ve que tengo unos cuantos amigos con espíritu nómada. Ahora sólo falta que los que se han quedado o no se han animado aún, lo hagan y se pasen por aquí para estar unos días conmigo. Si hay algo que echo de menos, es a los amigos.

Decía que a Perú no lo tenía contemplado inicialmente pero es de justicia decir que, hasta ahora, ha sido la gran sorpresa, quizás por inesperada, del viaje. Ya sabía que Nueva Zelanda me impresionaría, tal como lo hizo, pero lo de Perú me deja un sabor amargo por no poder disponer de más tiempo, quizás dos o tres meses, para poder ver todos esos sitios a los que me habría encantado ir. Quizás esto me obligue a retrasar mi supuesto regreso unos cuantos meses porque no sólo me quedo con muchas ganas de Perú, sino que me guardo para otro momento Ecuador y Bolivia y calculo que sólo esos tres países me pueden llevar un año, especialmente si me propongo ese sueño de navegar por el Amazonas.
Me voy fascinado por el Camino del Inca y el Valle Sagrado, por ese trekking que durante cuatro días te lleva a través de montañas que parecen inconquistables, picos que rozan los 6000 metros y que, durante muchos años han escondido las ciudades de los legendarios incas, ese pueblo que en cien años conquistó territorios desde Ecuador a Argentina. El camino no es apto para todo el mundo, aunque lo que lo complica no es tanto la distancia recorrida como el hacerlo a esa altura en la que sólo los locales se encuentran cómodos. Las subidas y, sobre todo, las bajadas de miles de metros por minúsculos escalones de piedra te destrozan las rodillas, pero el paisaje que te rodea en todo momento compensa cualquier sufrimiento y el mate de coca supongo que ayuda a superar el mal de altura que casi acaba con la mitad de mis compañeros de subida.


Camino del Inca
La llegada a Machu Picchu, largamente esperada, es espectacular. Se hace a través de la Puerta del Sol, a unos 2800 metros, lo cual te regala una buena panorámica de las ruinas. Sin embargo, es cuando se empieza a bajar hacia lo que queda de esta ciudad cuando uno es consciente de dónde se encuentra y donde la panorámica es más impresionante. No, no hablo de las ruinas porque, en realidad, éstas no me han cautivado ni una décima parte de lo que lo ha hecho el entorno, el lugar donde fue construida la ciudad.
Camino del Inca
Machu Picchu 
Machu Picchu
Todos somos normales, solo que algunos se permiten soñar cosas grandes. Karla Wheelock, primera mujer alpinista latinoamericana en subir al Everest.
En realidad, son estos paisajes tan abrumadores los que me han ganado. Eso y la gente.

Todos los paisajes que he visto aquí son extremos. Las inmensas montañas verdes del camino al Machu Picchu dejan paso a la aridez de los nevados que vigilan el Valle Sagrado, montañas donde sólo sobreviven las plantas más resistentes. Por encima de 3000 metros y con variaciones de temperatura en un sólo día de más de 30º, la gente y las plantas deben estar muy bien preparadas. Lo sorprendente es comprobar que muchos habitantes de la zona parece que han cambiado poco su calidad de vida desde que los españoles arrancaron brazos y piernas al último rey Inca.

Cañón del Colca
El trayecto de Cuzco a Arequipa, once horas, se presentaba como un pesado viaje en bus. Sin embargo no se me hizo nada largo. Casi todo el camino discurre a través del altiplano, La Puna, a más de 4000 metros, donde no hay nada, absolutamente nada durante kilómetros, salvo algunos poblados que te hacen pensar quién tuvo la idea de establecerse allí. La carretera sube hasta 4900 metros que se notan porque se siente una presión en el pecho que te impide respirar con normalidad.
Volcán El Misti
La Puna a 4800 metros de altitud
Sol que abrasa la piel por el día, frío y viento por la noche. Ríos de color azul plomo y algún nevado. Allí no crece nada.

Por último, hoy me he despertado en medio del desierto que sirve de frontera entre Perú, el mar y Chile. No son dunas, es uno de los desiertos más áridos del mundo, el último espectáculo que he visto en Perú. Me voy con ganas de más, pero llego a Chile, quizás el país que más ganas tenía de ver desde hace muchos años.

Por cierto, no llevaba ni diez minutos en la terminal de buses cuando me ha cagado una paloma. Esto promete.
El progreso no sólo significa muchos colegios, hospitales y carreteras. También, y acaso, sobre todo, esa sabiduría que nos hace capaces de diferenciar lo feo de lo bello, lo inteligente de lo estúpido, lo bueno de lo malo y lo tolerable de lo intolerable que llamamos cultura. Mario Vargas Llosa.

martes, 6 de diciembre de 2011

No hay nada más atractivo que lo indescifrable. Cuzco, Perú

Era este paisaje lunar y las caras cobrizas, desabridas, de las mujeres y hombres que los rodeaban. impenetrables, la verdad. Muy diferentes de las que habían visto en Lima, caras de blancos, de negros, de mestizos, con los que, mal que mal, podían comunicarse. Pero de la gente de la sierra lo separaba algo infranqueable. Varias veces había intentado conversar en su mal español con sus vecinos, sin el menor éxito. «No nos distancia una raza sino una cultura» Lituma en los Andes (Mario Vargas Llosa)
Para llegar de Lima a Cuzco se puede disfrutar de unas 24 horas en bus o pagar por ir en avión, que es más cómodo, pero nadie te informa de la aventura que te espera y de lo que ocurre al llegar.

La aproximación, desde unos 20 minutos antes de llegar, se hace sorteando montañas que alcanzan los 6000 metros. El avión se introduce en un valle y a ambos lados puedes ver enormes moles con las que parece que vamos a chocar en cada momento. El capitán hace girar el aparato como si se tratara de un videojuego. Lo que se ve más abajo es pura montaña, no queda espacio llano alguno y empiezo a preguntarme si la azafata se va a poner a repartir paracaídas porque es imposible que aquí hayan podido encontrar espacio suficiente como para construir un aeropuerto.
Sin embargo, el comandante acaba de anunciar que vamos a tomar tierra y delante parece que el valle en el que estábamos metidos se ensancha. Quizás sí que pudieron construir un aeropuerto, pero yo no lo veo.
Aún no me he bajado y ya tengo un dolor de cabeza tremendo. Sabía que la altura me haría efecto, pero no ha esperado ni a que ponga pie en tierra. He llegado a Cuzco, la antigua capital del Imperio Inca. Estoy a 3499 metros de altitud.
El primer día me lo paso haciendo todo lo que no se debe hacer y, en vez de descansar y tomármelo con calma, me paseo por la ciudad, arriba y abajo, buscando cómo llegar a Machu Picchu. La sensación en mi cabeza es bastante extraña, pero donde más lo siento es en el pecho, como si los pulmones funcionaran a medio gas. El dolor de cabeza es diferente a un dolor normal pero lo que más me preocupa es comprobar que sólo con subir dos escalones me canso como si hubiera subido toda una montaña, se me acaba el aire o mis pulmones no lo procesan.
En tres días partiré para el Camino del Inca y no dejo de pensar si me voy a aclimatar a tiempo y no me va a afectar el mal de altura, aunque lo que siento más difícil es poder caminar durante horas cuando ahora no soy capaz de dar dos pasos sin agotarme. Además, hace frío, me siento destemplado y tengo los mismos síntomas que siento justo antes de caer con gripe.
Y ahí estaba, en el horizonte de la Cordillera, donde las piedras y el cielo se tocaban, esa coloración extraña, entre violeta y morada y que era para él el color mismo de los Andes, de esta sierra tan misteriosa y tan violenta. Lituma en los Andes (Mario Vargas Llosa)

La solución que me recomendaron pasaba por tomar mate de coca y eso es lo que hice, todos los días varias "dosis" que me fueron aliviando. Ya no sentía la opresión el pecho, aunque el cansancio al subir escaleras no se me fue.

Después de varios mates, cuando ya me encontré mejor, me empecé a fijar con más calma en las hojas de coca y descubrí que son exactamente iguales que las de esas plantas que IKEA vende a 3.99€. No me extrañaría que estos tipos hayan organizado una confabulación mundial para adormecer al planeta. Por favor, que alguien me saque de la duda y se haga una infusión en casa con unas cuantas hojas de esas y me cuente  los efectos.


–¿Qué tiene el Perú que despierta esas pasiones en algunos extranjeros? – se asombró Bali-. No nos lo merecemos. –Es un país que no hay quien entienda -se rió Escarlatina-. Y no hay nada más atractivo que lo indescifrable, para gente de países claros y transparentes como el mío. Lituma en los Andes (Mario Vargas Llosa)