...el destino le deparó la inmensa fortuna de perder la memoria. El general en su laberinto. G.G. MÁRQUEZ
People spend 46.9 percent of their waking hours thinking about something other than what they're doing, and this mind-wandering typically makes them unhappy. "A human mind is a wandering mind, and a wandering mind is an unhappy mind," Killingsworth and Gilbert write.
The ability to think about what is not happening is a cognitive achievement that comes at an emotional cost.
Unlike other animals, humans spend a lot of time thinking about what isn't going on around them: contemplating events that happened in the past, might happen in the future, or may never happen at all. Indeed, mind-wandering appears to be the human brain's default mode of operation.
Hacer la maleta para un viaje largo siempre se me ha dado bastante mal y, aunque he hecho miles, siempre me excedo metiendo cosas en previsión de lo que pueda pasar. Un encuentro inesperado con Zapatero, tener que subir una montaña de 4000 metros en un país donde la temperatura media es de 35º, que si llegas a NZ en otoño y parece el Polo sur, una visita a un desierto que pasa de 40º a 5º...demasiadas posibilidades, pero mi mochila es de tamaño mediano y mejor así porque, de ser más grande, la habría llenado más.
Esta vez sabía que tendría que llevar muchas cosas que, si vas con alguien, no hace falta duplicar y el hecho de pasar por climas diferentes me obligaba a cargar con un mínimo de ropa de abrigo (he acabado odiando mi jersey gris de algodón que creo que me puse unos 20 días seguidos en NZ) y, por supuesto, ropa de verano. Hay cosas que no sabes cuándo las vas a necesitar y otras que todo el mundo te recomienda que las compres, pero son las típicas cosas que no encuentras cuando las necesitas. Ejemplo, pilas pequeñas para el frontal, cuya disponibilidad en medio de la selva de Papúa está bastante mal.
Hay otras cosas, como el neceser y el botiquín, que viven en mi mochila desde hace años. Es decir, que cuando vuelvo de un viaje ni me preocupo en sacarlas y se quedan allí para el próximo. Mi botiquín es muy básico, nada que ver con el de mi amiga Inés, que lleva un hospital portátil que es capaz de afrontar complicadas operaciones, poner puntos o salvar dedos semi amputados. Mi botiquín da para poner 4 tiritas y un poco de gasa, unos ibuprofenos y un botecito de alcohol que me beberé cualquier día que esté triste o no tenga otra cosa a mano. El agua oxigenada no me gusta y el bote del Betadine dejó de ser hermético, así que hay un poco de espacio para la crema solar, que con estos calores parece leche fermentada.
Ah, aunque suene muy freakie, me preocupa que Colgate no distribuya en todo el mundo tubos de pasta de dientes diseñados para mochilas. Es decir, con tapón de rosca. Todo lo que no lleve rosca hermética, es muy probable que se abra y su contenido se desparrame donde más daño hace. Quizás no os ha ocurrido nunca y no sois conscientes del caos que se forma. El maldito tapón del Betadine ya me ha traicionado y puedo asegurar que mancha más que desinfecta.
Unos días antes de partir, pensando que me olvidaría algo importante, me puse a leer foros de gente que ha hecho viajes de larga duración, vueltas al mundo, etc. y me metí en Youtube, gran fuerte de saber donde se puede aprender a hacer cualquier cosa. Yo tuve una novia que podría haber grabado varios vídeos doblando cosas y organizando ropa en sitios mínimos. La persona que más admiraba era ese chinorri que agarra una camiseta por dos extremos y la dobla perfectamente en medio segundo. Creo que lo tenía de amigo en Facebook.
A lo que iba es que, después de todo, metí 7 camisetas, que no son ni las 3 que algunos llevan ni las 11 o 12 que he llevado otras veces. 7 son suficientes y fueron elegidas científicamente según criterios que alargarían demasiado el ya de por si extenso comentario.
Mi objetivo era no llegar a los 15 kilos y lo conseguí, salí de Madrid con 13,6Kgs, aunque el otro día en Sidney pesó 19Kgs y me extrañé, sobre todo porque lo que sí es seguro es que mi mochila de mano, que es más grande de lo que debería, pesa demasiado.
Una vez seleccionada toda la ropa, cachivaches, "chiches" electrónicos, la bolsa verde (de la que ya hablaré otro día por su gran importancia) y demás útiles, faltaba por decidir algo tan importante como la compañía que me llevaba, no compañía humana, sino en forma de libros y éstos, desafortunadamente, pesan mucho. En realidad, de esto es de lo único que quería escribir, pero ya descubrió el estudio que nuestra mente se dispersa y la mía, que lleva varios días de vacaciones al margen de mi mismo, no se centra.
¿Cuántos me debía llevar? ¿Y cuáles? ¿Podría cambiarlos por otros libros en algún hostal? ¿Encontraría libros en castellano?
No quería verme en la triste situación del año pasado en Brasil en que, una vez agotados todos mis libros, me vi en la obligación de tener que empezar a leer uno de libros de vampiros de la saga crepúsculo. Esto casi arruina el viaje, prefería leer una y otra vez la composición de todas las medicinas que llevaba antes que seguir leyendo esa tortura que tanto éxito ha tenido.
Dos libros eran obligados, las guías de Nueva Zelanda y del Sudeste asiático (pesan más que todas las camisetas) y a éstos les sumé otros dos. "La invasión ha comenzado", ese gran clásico que igual gusta a adolescentes que a mentes maduras, me lo acabé antes de lo que me habría gustado porque lo disfruté mucho. Este lo he donado a la colonia española de Sidney. El segundo era "El general en su laberinto", de Gabriel García Márquez, que me acabé un poco nervioso porque no encontraba nada con qué sustituirlo hasta que di con "Lo que habríamos sido tú y yo de no haber sido tú y yo", o algo así, de Albert Espinosa y lo cambié. Ah, también llevo conmigo "The weather guide", que intenté comprar en un mercadillo en NZ pero me lo regalaron.
También me leí un libro que me gustó mucho, "Al sur de la frontera, al oeste del Sol", de Haruki Murakami. Lo he cambiado por un clásico que me viene al pelo, y que he acabado en lo que escribía esto: Around the world in eighty days, de Julio Verne. Además, me ha dado tiempo a leerme The tenth man, de Graham Greene. Con el libro de Murakami pasé el segundo peor momento del viaje. Estaba en Salamaua y devoraba las páginas a gran velocidad. No tenía pensado volver a la civilización en tres días y la trama me tenía totalmente entregado a la lectura, pero me preocupaba quedarme sin lectura y ahí me di cuenta de cómo habían, repentinamente, cambiado mis preocupaciones.
Días después, paseando por Madang, cerré por varias semanas la posibilidad de que la ausencia de lectura vuelva a enturbiar mi tranquilidad y me hice de golpe con unos cuantos libros de grueso calibre que, si bien dieron paz a mi mente, maltrataron mis huesos al incrementar sensiblemente el peso de mi mochila: Madame Bovary, de Flaubert, Tales of endurance, del historiador Fergus Fleming, que relata 45 momentos épicos de la historia de la exploración, de Marco Polo a Shackleton, pasando por Colón o Baker, The Bafut Beagles, de Gerald Durrell y A short history of nearly everything, de Bill Bryson, un libro que cuando lo acabe seré una persona nueva.
Ah, también llevaba The Hamlyn Pocket English Dictionary, que regalé a un chaval que me lo pidió y The Windsurfing funboard handbook, porque esto del windsurf es uno de mis retos pendientes y, además,nunca se sabe qué conocimientos hay que adquirir en este viaje.
Hace unas semanas, adelantándome a estas preocupaciones y, a pesar de las opiniones contrarias de varios amigos, decidí acabar con la romántica idea de cargar con la cultura sobre mis hombros y subcontraté el trabajo a Amazon, al que le encargué que me mandara un Kindle a Sydney para llenarlo de páginas electrónicas que no pesan nada. Gracias a Oscar y Sergio, ahora tengo que elegir entre 1053 libros entre los que está la biografía de Bush que, de momento, he puesto en el puesto 365. Leo 3 libros a la vez y sólo me incomoda tener tanto para elegir y tan poco tiempo. Creo que seguiré unos cuantos meses más por aquí.
Como se puede fácilmente comprobar, mis preocupaciones han cambiado bastante y, lo más importante es que la mente se centra en cualquier cosa menos en lo que la persona que la lleva encima está haciendo pero es que, ¿qué estaba yo haciendo por aquí?
Es posible que con el paso de los años uno pueda aprender cosas. A mi eso me daba igual. Lo único que deseaba saber era cómo vivir mi vida. Tal vez si uno lograra aprender a vivir con todo lo que le rodea podría llegar a comprender el porqué de todo aquello. Fiesta, de Ernest Hemingway
PD: Por cierto, el jersey gris lo he dado de baja en Sidney y, aunque pensé en quemarlo como un modo de exorcismo, creo que lo donaré al Salvation Army
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