Tenemos muchas cosas que hacer; ahora solo nos falta saber qué. Este es uno de los rasgos de este tiempo tan convulso. No paramos de correr como gallos sin cabeza. Detengámonos a pensar. Ángel Gabilondo
La verdad es que le di muchas vueltas a lo que quería escribir en un día como el del aniversario. No sabía si hacer un resumen de los sitios donde he estado y las personas con las que me he encontrado, tal como hice, sería una auténtica tortura para los ojos de cualquier incauto que se prestara a leerlo.
Me habría gustado haber podido anunciar alguna noticia impactante como que me había comprado un velero o un hotel en Venezuela, que había ingresado en una orden religiosa o que iba a volver a España para hacerme político y devolver la felicidad al país.
Lo siento porque creo que la única noticia que os puedo dar es que el día 26 se cumplió un año desde que salí de paseo por el mundo.
En vez de hacer un resumen de los hechos y lugares, pensé hablar de lo menos bonito del viaje. Hasta ahora, los lectores más atentos se habrán podido percatar de que normalmente me limito a comentar cosas que me pasan e intento describir buenos momentos que he vivido, ya sea por haber estado en compañía de algún amigo o por haber visitado algún lugar impresionante. Parece como si todo fuera fácil y sólo tuviera alegrías. No, no voy a quejarme de nada, no tengo derecho y, además, los buenos momentos superan con creces aquellos en los que me he podido sentir peor. Además, estoy seguro que esto perdería su poco interés si me dedicara a contar mis penas o las miserias del viaje.
En realidad y a pesar de todas las catástrofes naturales que me han venido persiguiendo y mis habituales peleas con las fuerzas del orden, no he tenido apenas problemas durante todo el año, no me han pasado demasiadas cosas malas salvo una semana pensando que tenía malaria o algún mal menor. Lo pienso y me doy cuenta de que los únicos malos momentos que he tenido han sido aquellos en los que, por un motivo u otro, he echado de menos a familia y amigos, especialmente a éstos. Les echo de menos porque sí, porque disfruto de todos, con cada uno de una manera diferente y porque me encanta compartir el tiempo con ellos, pero además me duele por perderme el no poder estar allí en algunos momentos importantes.
Hasta ahora sólo he logrado la ubicuidad espiritual, aún no he logrado que mi cuerpo cruce el Atlántico para estar allí cuando me gustaría y desde el principio tenía muy claro que no podría estar siempre donde desearía.
Hace poco vivía una situación que resume bastante bien cómo me encuentro. Estaba en Rio y había un concierto de Manu Chao. Antes de comenzar quise quedarme solo y me perdí de unos australianos con los que fui. Me apetecía mucho disfrutar de esa soledad en un momento que me traía muchos recuerdos.
Al comenzar el concierto empezaron a pasar por mi cabeza miles de imágenes de mi vida y me acordaba de ese primer viaje con 5 amigos, el primer Inter-Rail que hice con 17 años, allá en 1989 y que nos llevó a París, donde pudimos ver a un grupo desconocido en el momento. Era las fiestas del bicentenario de la Revolución Francesa y tocaba Mano Negra. De eso han pasado 23 años.
Empecé a recordar miles de momentos felices, muchos viajes y la suerte de haber podido disfrutar de todo este año. A la vez me acordaba de muchos amigos, de todos esos con los que me gustaría estar en ese momento. Sabía que no era posible, que estaba solo, pero en ese momento no me importaba y me vino a la mente una frase que leí “hay que decidir porque una vida excluye a las otras”. Estaba feliz por lo que había hecho hasta entonces y por todos los amigos que tengo.
En ese momento, me puse a llorar.
Abandonó a sus espaldas un vida hecha de certezas y de caminos conocidos. Pero era precisamente eso lo que le hacía sentirse vivo. No saber qué le sucedería a partir de ese día. Sinfonía del tiempo breve. Mattia Signorini
Felicitaciones! realmente me encanto!
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