jueves, 28 de julio de 2011

¿En qué se parece el servicio militar a viajar solo?




Viajar solo se parece a hacer la mili.

Ahí dejo esa afirmación y me pongo a refrescar la memoria de todos aquellos que hicieron la mili o que tienen amigos que se la contaron. Nadie lo pasó mal, todos contaban grandes batallas de memorables momentos, pero a mi siempre me pareció una burda manera de autoconvencerse del tiempo perdido y me recuerda, años después, a todos aquellos que se han ido a vivir a Las Rozas o Sant Cugat y tratan de convencer, a todo el que se ponga por delante, de que viven muy cerca y sólo tardan 15 minutos hasta el centro de la ciudad. Falso.

Viajar no sólo no tiene nada que ver con los 15 minutos que dicen que tardan en llegar a la Plaza Catalunya, porque yo siempre tardo mucho más hasta tratando de rehacer la mochila cada vez que desordeno el caos. La similitud a la que me refiero viene dada por el hecho de las amistades o compañías circunstanciales o no escogidas. Por lo que cuentan, en la mili, como me pasa a mi últimamente, te juntas con gente con la que, en tu vida normal no es que no te juntarías, sino que no tendrías ni la oportunidad de coincidir. La necesidad, la necesidad de ser pares y, casi siempre, las circunstancias, te llevan a compartir con algunas personas parte del viaje, vivencias y experiencias, momentos complicados o actividades y lugares alucinantes. En unos pocos días, en los que pasas muchas horas junto a ellos, intercambias experiencias, anhelos, ilusiones y maneras de mirar la vida.

En muy poco tiempo, a veces, compartes con una intensidad tal que se genera un vínculo muy fuerte. En la mili, decían, se forjaban amistades para toda la vida.
Algunas de estas personas con las que he compartido parte del viaje, por suerte, han sido grandes encuentros, gente con las que he pasado momentos increíbles y que, durante unos días, han sido una especie de pequeña familia. De hecho, me alegro mucho de seguir en contacto, años después, e incluso de mantener una buena amistad con unas cuantas personas a las que he conocido durante algún viaje. Algunos pasan a convertirse en amigos o, al menos, en alguien con quien mantienes cierta relación y te gustaría volver a ver en algún momento. Otros, sencillamente, son guardados en el cajón donde guardo los recuerdos de los mejores momentos de mi vida.
Pero no todo siempre siempre sale tan bien y aquí estoy mencionando solamente a aquellos con los que he pasado buenos momentos, pero no siempre es así y me ha ocurrido que he llegado a un bus y he pasado horas junto a alguien que no me aportaba nada y, al llegar al destino, por el motivo que sea acabas compartiendo habitación y te pasas tres días visitando el lugar con alguien que es como esos compañeros de universidad con los que pasaste varios años y el día de la graduación aún seguías sin saber ni su nombre. ¿Te llamabas? no, siempre se puede eludir el tener que recordar el nombre, hasta que te llega la invitación de Facebook y tienes que llamar a un amigo para que te diga quién es ese tipo que quiere retomar un contacto que nunca existió.
Además de esta gente anodina, que abunda por el mundo, me queda por mencionar a todos esos a los que te hubiese gustado no encontrarte nunca, esos que podría incluir en el apartado de "esa gente que anda suelta por el mundo" y que no sólo deberían tener prohibido abandonar sus hogares, sino que, por lo general, te causan problemas. Sí, ya voy con el ejemplo.

Continuando con el capítulo de mis encuentros con las fuerzas del orden, os cuento lo que me ocurrió hace unos días: Después de una gran semana en las islas Perhentian en las que conocí a un fantástico grupo multinacional (chilenas, argentinos, venezolanos, catalanas y francesas), me pasé una noche entera viajando camino a Langkawi, donde llegué bastante derrotado. En la guest house conocí a un sevillano que me pareció simpático y quedamos en vernos por la tarde para tomar unos refrescos.

La historia es un poco larga de contar pero todo comenzó cuando al sevillano se le ocurrió asaltar a una borracha inglesa que estaba liada con uno de los paisanos locales, uno de cuyos amigos le dio dos galletas por pasarse de listo. Yo pensaba que se las había ganado a pulso y, de hecho, yo me había retirado a la barra a degustar los licores locales, así que no le di más importancia, pero todo cambió cuando el tipo entró en pánico y le dio por llamar a la policía y yo dudé si pasar de él porque pensaba que la estaba liando más de lo necesario.

Como dice mi amigo Quim, "toda una vida dedicada a los demás".

Justo el que le pegó era el recepcionista de la guest house, así que allí nos fuimos a la una de la mañana, recogimos nuestras cosas y nos fuimos en el coche patrulla a comisaría. Aquí ya me estaba desesperando porque el sujeto no entraba en razón, pero decidí apoyarle incluso cuando, sin escucharme, decidió llamar a la Embajada Española para contarles lo que estaba pasando. Pero "tontodelculo", si te lo has ganado, pensaba yo, y además sólo te han dado dos. En comisaría nos encontramos con la sujeta que, acompañada por los locales presentó declaración y dijo que habían intentado abusar de ella. Casi nada la que podía haber liado.

Al final estuvimos hasta las 5 en comisaría, el tipo ni presentó denuncia y se largó de la isla en el primer ferry. yo tuve que dormir en una hamaca de un guest house

Menos mal que han quitado la mili.

¿En quién cree usted? – En el sueño. Ernest Hemingway - Adiós a las armas

Llevo un tiempo largo tratando de deshacerme de mi imagen de militante sempiterna y lo voy logrando poco a poco, aunque momentums como el de SOL te obligan a sacar las antenitas al ídem y reapareces y zas, mis planes de desidentificarme con la transformación del mundo mundial, como si no hubiese vida más allá, se retrasan otro poco. Nuria Del Río




martes, 19 de julio de 2011

Esa gente que anda suelta por el mundo I

Mi independencia, aún mejor, mi libertad ha representado para mí un valor supremo, imposible de sustituir por el éxito, la comodidad, la fortuna o el espíritu gregario. Cuando el tiempo nos alcanza - Memorias 1940-1982 (Alfonso Guerra)


En todos los viajes me encuentro con gente que, por diferentes motivos y de manera positiva o negativa, me impresionan. A veces mantengo contacto con algunos y, a menudo, pienso en comentar algunos encuentros en el blog. De hecho, llevo un tiempo dándole vueltas a la idea de hablar de alguna de estas personas.


Normalmente, la gente que me llama la atención, tanto en los viajes como cuando tenía una vida más sedentaria, lo hacen por algún motivo positivo, por la vida que tienen o han tenido, por el tiempo que llevan viajando, por el espíritu que mantienen, por la cultura que han logrado atesorar, por simpática, inteligente o por cientos de motivos que no siguen ningún patrón. 


Algunas personas, que abarcan un amplio abanico de personalidades, me sorprenden por todo lo contrario y aunque a la mayoría intento evitarles, es imposible no verse obligado a compartir con algunos más tiempo del que voluntariamente desearía. 


Hay un tercer grupo que son los que encuadro en el grupo "¿quién te ha dejado salir de casa?", gente de apariencia inofensiva pero cuyos comportamientos pueden llegar a ser muy dañinos, teniendo unos efectos mucho más perniciosos que, por ejemplo, los miles de hooligans ingleses que se desplazan a cualquier rincón del mundo sólo porque la cerveza es barata. Éstos, en el fondo, si evitas los lugares donde abrevan y se aparean, son mucho menos molestos que los del tercer grupo, que ocultos bajo su manto de aparente inocencia tienen devastadoras consecuencias para el resto de la humanidad, especialmente para aquellos que viajan.


Como claro ejemplo del tercer grupo habría que destacar, generalizando, a los americanos, que tienen dos malditas costumbres con las que contribuyen a una infinita y continuada escalada inflacionaria a nivel planetario. Me refiero al pago indiscriminado de propinas con porcentajes que sólo salen en las guías que ellos mismos escriben y que siguen al pie de la letra. La segunda es el pago del precio que se les solicita, mostrando un desconocimiento del noble arte del regateo que considero hasta una falta de respeto al resto de la población.


Como decía, estas dos costumbres provocan unos precios y costumbres artificiales allí por donde pasan que complican y encarecen la vida de todos los que llegamos detrás.


A menudo pienso que esta gente debería pagar el doble en los billetes de avión para financiar, al menos en parte los viajes del resto de inocentes que, por su culpa tendrán que pagar precios inflados en destino. 


Es más, creo que habría que prohibir salir de sus casas a mucha gente, no sólo a éstos, sino a unos cuanto más y hacerles un examen al llegar al aeropuerto de origen antes de permitirles embarcar con sus peligrosas actitudes y su inabarcable ignorancia. Siempre recuerdo una situación que presencié en el aeropuerto de Cancún donde dos americanos que habían volado para pasar el fin de semana, no entendían el motivo por el que necesitaban un pasaporte para salir del aeropuerto si no habían salido de su país. La cara de los policías reflejaba la resignación de alguien que había "padecido" aquella situación anteriormente.


En realidad, todo esto me vino a la cabeza al contemplar personalmente la siguiente escena. Hace unos días me encontré con una chica italiana que me dejó atónito, así que con ella, inicio la que espero sea la primera de esa "gente de la calle" con la que me voy topando:


Parque Nacional Taman Negara, en el centro de Malasia. Después de 6 horas de rompepiernas, de camino diseñado para hacer sufrir, atravesar decenas de riachuelos, luchar contra las sanguijuelas (esta vez gané), rapelar paredes infinitas con cuerdas de tender la ropa y pelear contra una humedad agobiante, llegué al destino final, un puesto de observación en medio de la jungla adonde uno tiene que llevarse agua y comida para no menos de dos días, un lugar desde el que, con suerte, se pueden observar animales salvajes al anochecer. Es una cabaña elevada unos 15 metros del suelo, abierta por tres de sus costados para poder facilitar su objetivo y a ella sólo llega gente con ganas de ver, experimentar y sufrir un selva, o eso es lo que pensaba hasta que llegó el personaje en cuestión y me dijo que ella se había saltado las 6 horas y había venido en una lancha a motor en 30 minutos.
Kao Sok National Park - Thailand
Esta mujer, que no sé cómo había dado con sus huesos en ese lugar y que vestía una adecuadísima indumentaria para el lugar en el que se encontraba, consistente en unos pantalones vaqueros o jeans y una camisa blanca, después de una rápida observación de la cabaña y ver la cantidad de espacio abierto y ventanas que tenía, comunicó a los que allí estábamos que por allí podían entrar todo tipo de insectos, alimañas y hasta un elefante. 


Ojipláticos estábamos cuando de su bolsa extrajo lo que nos dijo sería la solución a nuestros problemas porque con el "arma" que, en previsión de lo que pudiera pasar, se había traído desde su Génova natal, todas las amenzas y peligros que se cernían sobre los presentes serían fulminados como si de un bombardeo con napalm se tratase.
Kao Sok National Park - Thailand
¿De qué arma estoy hablando? De un bote de tamaño familiar de Baygon que roció a los marcos de unas ventanas abiertas y apuntando hacia la inmensidad de la selva, como si eso fuera a prevenir la entrada de los millones de bichos que habitaban ahí afuera y cuyo alimento preferido debe ser el Baygon. 


Llamadme lo que queráis pero no pude para de reír en un buen rato al ver a esa mujer vaciando el spray al vacío, a la inmensidad de la jungla.


¿Cómo se le pasaba por la cabeza a esa mujer que de esa manera no entrarían arañas, mosquitos o ratas? ¿Cómo se le pudo ocurrir viajar miles de kilómetros con un bote enorme de Baygon?


¿No es como para impedir a este tipo de gente que salgan de sus casas?


Ya en el siglo XVIII, William Hazlitt describió a seres como César: Existen unos pocos seres superiores y felices que nacen con un temperamento libre de cualquier irritación por cosas insignificantes. Estos espíritus se sienten serenos y sonrientes como en su cielo innato y una divina armonía (se oiga o no) suena a su alrededor. Esto es estar en paz. Inútil es huir a los desiertos o construirse una ermita encima de las rocas si el remordimiento y el mal humor hasta allí nos persiguen; y si tenemos esa paz, no nos hace falta hacer tales experimentos. El único retiro verdadero es el del corazón; el único descanso verdadero es el reposo de las pasiones. A tales personas poca diferencia les hace ser jóvenes o viejas; y mueren como han vivido, con una resignación elegante. Si es que mueren verdaderamente. Cuando el tiempo nos alcanza - Memorias 1940-1982 (Alfonso Guerra)


Él y su mujer viajaban con frecuencia. –Qué bien -comenté. –No tanto -dijo él-. Los viajes me aburren. Preferiría trabajar. Tokio Blues (Haruki Murakami)


La novedad no es bienvenida. El terror del cerebro a adaptarse a nuevas reglas del juego, el pánico a perder el control de la situación, la inercia de las costumbres y los intereses establecidos, el peso de la tradición y la historia se alían para poner obstáculos a la innovación y al cambio. El viaje a la felicidad (Eduardo Punset)