domingo, 22 de mayo de 2011

El periodismo me persigue, yo prefiero la playa y el mercado


La denostación del periodismo, según el una forma frenética de saber lo que pasa sin entender lo que sucede. Héctor Aguilar Camín en Las mujeres de Adriano.

La verdad es que no sé hasta qué punto este país es peligroso pero, la verdad, hay más guardas de seguridad que gente por las calles, todas las casas están valladas y protegidas por alambre de espino y todo el mundo alucina al verme por la calle y me dice que tenga cuidado, hay mucha gente mirándome a la cartera. 

Todo esta información y esos ojos brillantes, esa cara de fumados que tienen, sólo ayuda a que todos me parezcan que tienen pinta de delincuentes, potenciales asaltadores de caminos que me van a esperar en cualquier esquina para robarme mi nueva cámara de fotos.


Sin embargo, he de decir que es la gente más amigable que he visto nunca, eterna sonrisa a pesar de su timidez y la extrañeza que les genera mi presencia en las calles. Tengo la impresión de que no hay mucho blanco de a pie por aquí porque se extrañan bastante de mi presencia y allí donde voy saludo a más gente que el Príncipe William el día de su boda. Me siento como el Papa en visita oficial.
Salamaua, mi alojamiento está ahí detrás

No todos reaccionan igual porque algunos niños, como si no hubieran visto tanta palidez antes y les hayan contado que el diablo es blanquito y medio chamuscado por el sol, lloran desconsoladamente al verme. Otros, sin embargo, se me acercan a darme la mano y preguntarme qué hago por estos inhóspitos caminos. Decirles que vengo de España no les dice nada, así que suelo añadir que soy europeo para ayudarles a entender, pero su reacción, entre admitración, sorpresa y respeto por el camino recorrido me suele hacer sonreír. Luego suspiran, me miran y miran al cielo, como pensando que vengo de otro planeta lejano. En ese momento hacen un sonido extraño, como inhalando una gran bocanada de aire y me dan la mano, ofreciéndome su ayuda con aire de preocupación por si tuviera dificultad en respirar el aire de un lugar ajeno.

Claro que tengo dificultad en respirar, el termómetro no baja de 27º por la noche y por el día, si la humedad pudiera superar el 100%, sería aquí donde ocurriría, así que no puedo pasar demasiado tiempo al sol porque me derrota, pero me encanta pasear por las calles y observar a la gente. No todos hablan inglés fluido pero me paro a hablar con mucha gente y disfruto mucho visitando uno de mis lugares preferidos, los mercados, que suelen tener una parte cubierta. Es decir, a la sombra.

La península de Salamaua

Esta semana he pasado bastantes horas en el mercado de Madang y dos días incluso he estado ayudando a una señora a vender, mientras aprovechaba para sacar fotos, fotos que la gente viene a pedirme y me agradece aunque no se esperen ni a verlas. Me encanta esa inocencia y lo agradecidos que son. De hecho, una cosa que me ha sorprendido muy gratamente es comprobar que, después de dos semanas, nadie me ha pedido dinero y mucho menos los niños. Creo que es el primer país donde me ocurre esto y me agrada mucho porque suele ser algo bastante incómodo que no te puedas mover libremente sin ser asaltado por miles de niños que te piden o por el tipico pesado que te viene a contar sus penas y no hay manera de quitárselo de encima. Normalmente siempre hay un grupo de los que te piden y otro de los que te intentan vender lo que sea, aunque mi preferido es el de los limpia botas que te ofrecen sus servicios incluso cuando llevas las chanclas de playa.

En el mercado con Lucy
 Aquí no sólo no me piden sino que me van ofreciendo continuamente cosas, me regalan fruta, me acompañan a la parada del bus, me avisan cuando me tengo que bajar y se ofrecen a enseñarme sus pueblos.


En fin, que esto no es tan tremendo como lo pintaban y, si lo es, yo no me lo he encontrado a pesar de haberme saltado todas las precauciones que hubieran convertido en un coñazo este país. Tampoco es que salga por las noches, pero no dejo de ir andando o en autostop a todos los sitios que me apetece y, por supuesto, los pueblos no tienen nada de peligrosos sino todo lo contrario.

En Lae no me apetecía demasiado estar, ya había visitado todos los puntos de interés y me había aventurado durante horas por el centro para ver si conocía el peligro, pero no lo encontré, así que, esquivando socavones y medio metro de barro, dirigí mis pasos a la oficina de turismo, que resultó ser la del consejero de turismo de la región en la que había 3 personas sin hacer absolutamente nada. Le pregunté algunas dudas sobre cómo llegar a algunos sitios que quería ir y él, qué simpático, pensó que era un estudiante, pero yo lo negué y, después de un rato, llegó a la conclusión de que era un periodista y esta vez no quise negarle porque, en realidad, quién soy yo para quitarle esa alegría que le di, la visita de un periodista blñanquito se presentaba como la oportunidad de su vida para dar a conocer las maravillas de la región. Estupefacto creo que describe muy bien cómo se encontraba el pobre hombre, que no tenía ni una hoja de papel en blanco para apuntar lo que yo necesitaba saber y que, por supuesto, él no sabía. La verdad es que no me ayudó demasiado, pero interés puso y algunas llamadas hizo para informarse de algún alojamiento y de horarios de barcos, aunque éstos tengan horario libre.


Finalmente salí de Lae en un "banana boat", una lancha pequeña sobrecargada con lo que la gente ha comprado en el mercado y lleva de vuelta a sus pueblos. El horario, como todo tipo de transporte aquí, es muy sencillo, se sale cuando no se pueda cargar más. 



Llovía, soplaba bastante viento y las olas eran lo suficientemente puñeteras como para no dejarme tranquilo, pero el trayecto de hora y media transcurrió sin otra novedad que mi estreno con las betel nut, con lo que mi boca se tornó roja y, a mi llegada a la guest house pude negociar en igualdad de condiciones, consiguiendo una rebaja que, de haber llegado con mi habitual cara de blanquito, con los dientes bien cepillados, no habría logrado.

Salamaua
Me encontraba en Salamaua, uno de esos paraísos terrenales que escasean, el pueblo más estrecho del mundo, unos 10 metros de costa a costa porque es una península, una sóla calle de arena y comunicado con la civilización después de no menos de una hora en bote. No hay electricidad y sólo algunas casas tienen un generador que usan por la noche.


El pueblo fue una importante base japonesa en la WWII y aún hay unos cuantos cañones en medio del pueblo que nadie se ha preocupado de quitar o de mantener. Lo mejor que se puede hacer en Salamaua es descansar y leer. También se puede dar un baño y hacer un poco de snorkel, pero el reposo se impone. Sin embargo, una mañana me propuse una complicada misión: visitar la escuela del pueblo. Yo pensaba darme una vuelta por allí y saludar a los chavales, pero la mujer del director, pensando que tenía ante sí a un rico australiano, potencial donante de fondos, me cogió por banda y me paseó por todo el colegio, dejándome en manos de la senior teacher" que consideró que mi presencia podría ser muy interesante para los niños y me pidió si les podría dirigir unas palabras explicándoles quién era y qué había venido a hacer.

La verdad es que no tenía ni idea qué contarles ni cómo hacerlo. Me encontraba ante un grupo de adolescentes que viven en un pueblo aislado del mundo y que rara vez van a la ciudad. Apenas vienen turistas y, al no tener televisión no reciben apenas influencias externas. Es decir, no visten como idiotas intentando imitar a los americanos de las series, como sucede en medio planeta. Viven en absoluto contacto con la naturaleza y no tienen que pedir a nadie que les lleve al parque o les acompañe a jugar a donde sea porque ellos pueden pasar todo el tiempo que quieran fuera de sus casas y sus madres no les tienen sobreprotegidos e idiotizados por si se caen y se hacen una herida o entran en contacto con la tierra, ese producto que algunas deben pensar que es más peligorso que el Ébola. Es decir, tienen toda la libertad que muchos desearían y, además, no dependen ni de Playstation ni de Facebook.

Pensando en la situación, me veía un poco estúpido intentándoles explicar cómo es la vida en mi país, que es lo que me preguntaron en dos de las clases, como esperando que les dijese todo lo bueno que tiene vivr en una ciudad que tiene casi los mismos habitantes que todo su país que, por cierto, es del tamaño de España. Pero cómo explicarles algo que puedan entender sin parecer pretencioso o sin juzgar si su aislamiento es mejor o peor que vivir en una locura de ciudad o rodeado de un consumismo que ellos, de momento, desconocen.


El problema es cuando tengan acceso a la información que les permita compararse y eso, desafortunadamente llegará algún día y lo barrerá todo. Los chavales se vestirán como imbéciles y querrán tener un móvil y una vídeo consola para no salir de casa ni necesitar amigos.


Lo único que se me ocurría decirles era, como si de un abuelo se tratara, que no dejasen de estudiar al menos hasta acabar la high school para que luego, al menos, pudieran decidir qué querían hacer, si quedarse en el pueblo o ir a la ciudad. Cuando, respondiendo a otra pregunta, les dije que mis padres viven en un edificio de 15 plantas, pude ver cómo se les salían los ojos de las órbitas, así que me salté lo del AVE y les conté que Nueva Guinea es un nombre español y Papúa portugués. La única que se sorprendió fue la profesora, los chavales, como si les cuento cómo funciona un acelerador de partículas.


La visita a la escuela había sido muy interesante, pero necesitaba un par de días de descanso para preparar la próxima visita a otra escuela.  


Tienes que ser tacaño con tu tiempo libre, no pasar horas frente al televisor, escoger con quién te relacionas y alimentar nuevos intereses. Has de ampliar tu vida con cosas emocionantes y no conformarte con la rutina. Y ser capaz, cuando lo sientas, de empezar de nuevo. Kurt Schmidt (Altea). 24 años en el mar

jueves, 19 de mayo de 2011

Reality stubbornly defies rational reasoning

Al llegar al aeropuerto de Port Moresby recogí el folleto sobre Papúa Nueva Guinea (PNG) que publica el principal banco del país. Al hablar de la capital, lo primero que dice es que te encuentras en una de las ciudades más inseguras del planeta y que, si bien no es muy bonita, siempre te quedará la experiencia de haber sobrevivido a una de las capitales más peligrosas. Tranquilizador.

No había recibido respuesta a ninguno de los mails que envié (no las recibí hasta una semana después de llegar) y confiaba en que la guía que tengo, la última que se ha publicado (2008), no estuviera demasiado desfasada pero, después de varias llamadas, la realidad me sorprendió con precios parisinos y una ocupación plena en todo lo que está por debajo de 200€. Parece mentira que esto suceda en uno de los países más pobres del mundo, pero así es.

Me imaginé paseando por las calles con la mochila a cuestas y el cuchillo entre los dientes y la idea no me acaba de ilusionar, así que decidí buscar un vuelo a otro sitio y dejar la capital para otro momento. Ahora me alegro de viajar solo y no tener que afrontar una situación como esta con alguien o tener que consultar mis decisiones.

Me quedaba claro que he llegado a un país donde las cosas no iban a ser tan fáciles ni tan baratas como me esperaba. La segunda prueba de ello es que afuera de la terminal había más gente pensando en hacer el mal que gente acompañando a sus madres a coger un vuelo.

En el aeropuerto de Lae debería haber un shuttle esperándome para llevarme al hotel que he reservado, pero no hay nadie y van a cerrar las puertas de la terminal. Son las 18.30, es noche cerrada y todo el mundo se ha subido en las furgonetas que estaban esperando. Durante dos minutos he confiado en que mi bus vendría, pero los guardias de seguridad me recomiendan, por primera pero no última vez, que es mejor que me suba en uno de los buses porque es peligroso que me quede allí esperando.

La guía, antigua, dice que el trayecto desde el aeropuerto es seguro porque la carretera, recien asfaltada, permite que las furgonetas vayan a 130Km/h, lo que hace más difícil que grupos de malandros las detengan. Ahora, tres años después, todo el trayecto, al igual que el resto de la ciudad, está plagado de unos agujeros en los que, si cayera un autobús, nadie lo encontraría en varios días.

El trayecto del aeropuerto al centro de las ciudades siempre me ha causado mucho respeto. Largas y amplias avenidas, normalmente construidas en el periodo colonial, poco o nada de iluminación y mucha gente andando por las cunetas. No sé porqué pero siempre que llego a una ciudad "poco civilizada", lo hago muy de noche. Da igual si son las 10 de la noche o las 3 de la madrugada, siempre hay gente en la calle. Es el primer contacto con un país y siempre es interesante, pero no suele ser una buena impresión, así que siempre me digo que mejor esperar a la mañana siguiente para hacer ninguna valoración.

Todos los edificios están vallados y están protegidos por alambre de espino, además de por uno o varios guardas de seguridad. La furgoneta que me lleva hasta el interior de mi hotel y no me dejan bajar hasta estar dentro del recinto del mismo.

El aterrizaje en PNG no está siendo muy suave y, aunque asumo que he llegado a un país del tercer mundo y que las cosas no van a ir a velocidad occidental ni va a ser tan seguro como NZ, las primeras horas no me abren ningún agujerito por el que apreciar ninguna señal positiva, pero esto ya me ha pasado otras veces y el trayecto aeropuerto-centro siempre me deja una sensación extraña, así que me voy a dormir confiado en que la luz de la mañana me deje ver las cosas de otra manera.

Después de desayunar, la manager me "asigna" a Bennet y Maxwell para que me acompañen a visitar la ciudad por mi propia seguridad, algo que ni me tranquiliza ni me me resulta muy cómodo, aunque sí que me facilita la vida.

Lae es la segunda ciudad más grande del país y, a pesar de ello y sin querer darme importancia, mi presencia causa sensación allí por donde paso y todo el mundo se gira para mirarme o me saluda. Al principio me causa cierta extrañeza, pero después de tres días, no he visto a ningún "whiteman" por las calles. Creo que es la primera vez que me pasa esto en muchos años.

El deporte nacional consiste en mascar "betel nut", una semilla, que mezclada con un polvo que obtienen machacando conchas, les deja un color rojo en la boca que, en las primeras quinientas personas que lo ves, da mucho miedo porque parece que se acaben de comer a alguien crudo y aún les queden restos de sangre de la víctima entre los dientes. Si a eso le unes todo el miedo que te han ido metiendo en el cuerpo, te dan ganas de volver al hotel a pedir protección armada adicional o comprar un par de machetes de esos para abrirse paso en la selva. La mujer de la foto, el día anterior tenía tres nietos, seguro y esa mirada y esa sonrisa...

El segundo deporte más practicado, unido al elevado desempleo, el calor y humedad asfixiante y el empanamiento que les deja el mascar betel nut, es sentarse en la calle y no hacer nada durante todo el día. En otros países las calles están llenas de gente yendo, iba a decir de un sitio a otro pero, en realidad, no van a ninguna parte, estoy seguro. La mayor parte de la población se dedica a no hacer nada y matan las horas desplazándose sin rumbo, sin destino alguno.

Siempre he tenido ganas de seguir un día entero a alguna de las personas que pululan por las calles, grabarlo y comprobar si mi teoría es cierta. Antes de irme de aquí preguntaré a unos cuántos que me encuentre a qué se dedican y cómo pasan su tiempo.

"Quizás" es una palabra cuyo peso no se puede calcular. HAJIME en Al sur de la frontera, al oeste del Sol. HARUKI MURAKAMI

Estoy en un país no desarrollado. Lo sé porque "quizás" es la palabra que, invariablemente, figura en toda respuesta a las preguntas que, como buen "whiteman" hago. Las preguntas, si quieres obtener alguna respuesta medio creíble, siempre han de ser abiertas. Gran error es darles una o varias opciones, porque entonces te dirán que sí o un quizás a la primera opción, lo cual te deja peor. Otra de las expresiones más habituales en pidgin, de esas que se te queda cara de tonto, es Longwe liklik: no muy cerca, no muy lejos, que se completa con otra muy ilustrativa que me dijeron: "we no matter time".

Mi estancia en la gran ciudad termina sin incidencias y Bennet me acompaña al muelle en busca de un "Banana Boat" que me saque de las malas calles.

Recién acabamos de empezar a correr, no se puede parar, la segunda parte es mejor, hay que seguir hasta el final...Hay que recordar que la voluntad sirve para empezar a correr, no para terminar. Nacimos para estar en el camino y el único camino es el porvenir. Todo está por venir, mejor curtir el cuero y súper vivir...porque no hay tiempo y además acabamos de empezar a correr. El tilín del coraz. ANDRÉS CALAMARO

¿Alguien dijo que no habría momentos difíciles en este viaje?