martes, 21 de junio de 2011

People spend nearly half their waking hours thinking about something other than what they're doing


...el destino le deparó la inmensa fortuna de perder la memoria. El general en su laberinto. G.G. MÁRQUEZ

People spend 46.9 percent of their waking hours thinking about something other than what they're doing, and this mind-wandering typically makes them unhappy. "A human mind is a wandering mind, and a wandering mind is an unhappy mind," Killingsworth and Gilbert write.

The ability to think about what is not happening is a cognitive achievement that comes at an emotional cost.

Unlike other animals, humans spend a lot of time thinking about what isn't going on around them: contemplating events that happened in the past, might happen in the future, or may never happen at all. Indeed, mind-wandering appears to be the human brain's default mode of operation.

Hacer la maleta para un viaje largo siempre se me ha dado bastante mal y, aunque he hecho miles, siempre me excedo metiendo cosas en previsión de lo que pueda pasar. Un encuentro inesperado con Zapatero, tener que subir una montaña de 4000 metros en un país donde la temperatura media es de 35º, que si llegas a NZ en otoño y parece el Polo sur, una visita a un desierto que pasa de 40º a 5º...demasiadas posibilidades, pero mi mochila es de tamaño mediano y mejor así porque, de ser más grande, la habría llenado más.

Esta vez sabía que tendría que llevar muchas cosas que, si vas con alguien, no hace falta duplicar y el hecho de pasar por climas diferentes me obligaba a cargar con un mínimo de ropa de abrigo (he acabado odiando mi jersey gris de algodón que creo que me puse unos 20 días seguidos en NZ) y, por supuesto, ropa de verano. Hay cosas que no sabes cuándo las vas a necesitar y otras que todo el mundo te recomienda que las compres, pero son las típicas cosas que no encuentras cuando las necesitas. Ejemplo, pilas pequeñas para el frontal, cuya disponibilidad en medio de la selva de Papúa está bastante mal.

Hay otras cosas, como el neceser y el botiquín, que viven en mi mochila desde hace años. Es decir, que cuando vuelvo de un viaje ni me preocupo en sacarlas y se quedan allí para el próximo. Mi botiquín es muy básico, nada que ver con el de mi amiga Inés, que lleva un hospital portátil que es capaz de afrontar complicadas operaciones, poner puntos o salvar dedos semi amputados. Mi botiquín da para poner 4 tiritas y un poco de gasa, unos ibuprofenos y un botecito de alcohol que me beberé cualquier día que esté triste o no tenga otra cosa a mano. El agua oxigenada no me gusta y el bote del Betadine dejó de ser hermético, así que hay un poco de espacio para la crema solar, que con estos calores parece leche fermentada.

Ah, aunque suene muy freakie, me preocupa que Colgate no distribuya en todo el mundo tubos de pasta de dientes diseñados para mochilas. Es decir, con tapón de rosca. Todo lo que no lleve rosca hermética, es muy probable que se abra y su contenido se desparrame donde más daño hace. Quizás no os ha ocurrido nunca y no sois conscientes del caos que se forma. El maldito tapón del Betadine ya me ha traicionado y puedo asegurar que mancha más que desinfecta.

Unos días antes de partir, pensando que me olvidaría algo importante, me puse a leer foros de gente que ha hecho viajes de larga duración, vueltas al mundo, etc. y me metí en Youtube, gran fuerte de saber donde se puede aprender a hacer cualquier cosa. Yo tuve una novia que podría haber grabado varios vídeos doblando cosas y organizando ropa en sitios mínimos. La persona que más admiraba era ese chinorri que agarra una camiseta por dos extremos y la dobla perfectamente en medio segundo. Creo que lo tenía de amigo en Facebook.

A lo que iba es que, después de todo, metí 7 camisetas, que no son ni las 3 que algunos llevan ni las 11 o 12 que he llevado otras veces. 7 son suficientes y fueron elegidas científicamente según criterios que alargarían demasiado el ya de por si extenso comentario.
   
Mi objetivo era no llegar a los 15 kilos y lo conseguí, salí de Madrid con 13,6Kgs, aunque el otro día en Sidney pesó 19Kgs y me extrañé, sobre todo porque lo que sí es seguro es que mi mochila de mano, que es más grande de lo que debería, pesa demasiado.

Una vez seleccionada toda la ropa, cachivaches, "chiches" electrónicos, la bolsa verde (de la que ya hablaré otro día por su gran importancia) y demás útiles, faltaba por decidir algo tan importante como la compañía que me llevaba, no compañía humana, sino en forma de libros y éstos, desafortunadamente, pesan mucho. En realidad, de esto es de lo único que quería escribir, pero ya descubrió el estudio que nuestra mente se dispersa y la mía, que lleva varios días de vacaciones al margen de mi mismo, no se centra.

¿Cuántos me debía llevar? ¿Y cuáles? ¿Podría cambiarlos por otros libros en algún hostal? ¿Encontraría libros en castellano?

No quería verme en la triste situación del año pasado en Brasil en que, una vez agotados todos mis libros, me vi en la obligación de tener que empezar a leer uno de libros de vampiros de la saga crepúsculo. Esto casi arruina el viaje, prefería leer una y otra vez la composición de todas las medicinas que llevaba antes que seguir leyendo esa tortura que tanto éxito ha tenido.

Dos libros eran obligados, las guías de Nueva Zelanda y del Sudeste asiático (pesan más que todas las camisetas) y a éstos les sumé otros dos. "La invasión ha comenzado", ese gran clásico que igual gusta a adolescentes que a mentes maduras, me lo acabé antes de lo que me habría gustado porque lo disfruté mucho. Este lo he donado a la colonia española de Sidney. El segundo era "El general en su laberinto", de Gabriel García Márquez, que me acabé un poco nervioso porque no encontraba nada con qué sustituirlo hasta que di con "Lo que habríamos sido tú y yo de no haber sido tú y yo", o algo así, de Albert Espinosa y lo cambié. Ah, también llevo conmigo "The weather guide", que intenté comprar en un mercadillo en NZ pero me lo regalaron.

También me leí un libro que me gustó mucho, "Al sur de la frontera, al oeste del Sol", de Haruki Murakami. Lo he cambiado por un clásico que me viene al pelo, y que he acabado en lo que escribía esto: Around the world in eighty days, de Julio Verne. Además, me ha dado tiempo a leerme The tenth man, de Graham Greene. Con el libro de Murakami pasé el segundo peor momento del viaje. Estaba en Salamaua y devoraba las páginas a gran velocidad. No tenía pensado volver a la civilización en tres días y la trama me tenía totalmente entregado a la lectura, pero me preocupaba quedarme sin lectura y ahí me di cuenta de cómo habían, repentinamente, cambiado mis preocupaciones.

Días después, paseando por Madang, cerré por varias semanas la posibilidad de que la ausencia de lectura vuelva a enturbiar mi tranquilidad y me hice de golpe con unos cuantos libros de grueso calibre que, si bien dieron paz a mi mente, maltrataron mis huesos al incrementar sensiblemente el peso de mi mochila: Madame Bovary, de Flaubert, Tales of endurance, del historiador Fergus Fleming, que relata 45 momentos épicos de la historia de la exploración, de Marco Polo a Shackleton, pasando por Colón o Baker, The Bafut Beagles, de Gerald Durrell y A short history of nearly everything, de Bill Bryson, un libro que cuando lo acabe seré una persona nueva.

Ah, también llevaba The Hamlyn Pocket English Dictionary, que regalé a un chaval que me lo pidió y The Windsurfing funboard handbook, porque esto del windsurf es uno de mis retos pendientes y, además,nunca se sabe qué conocimientos hay que adquirir en este viaje.

Hace unas semanas, adelantándome a estas preocupaciones y, a pesar de las opiniones contrarias de varios amigos, decidí acabar con la romántica idea de cargar con la cultura sobre mis hombros y subcontraté el trabajo a Amazon, al que le encargué que me mandara un Kindle a Sydney para llenarlo de páginas electrónicas que no pesan nada. Gracias a Oscar y Sergio, ahora tengo que elegir entre 1053 libros entre los que está la biografía de Bush que, de momento, he puesto en el puesto 365. Leo 3 libros a la vez y sólo me incomoda tener tanto para elegir y tan poco tiempo. Creo que seguiré unos cuantos meses más por aquí.

Como se puede fácilmente comprobar, mis preocupaciones han cambiado bastante y, lo más importante es que la mente se centra en cualquier cosa menos en lo que la persona que la lleva encima está haciendo pero es que, ¿qué estaba yo haciendo por aquí?

Es posible que con el paso de los años uno pueda aprender cosas. A mi eso me daba igual. Lo único que deseaba saber era cómo vivir mi vida. Tal vez si uno lograra aprender a vivir con todo lo que le rodea podría llegar a comprender el porqué de todo aquello. Fiesta, de Ernest Hemingway

PD: Por cierto, el jersey gris lo he dado de baja en Sidney y, aunque pensé en quemarlo como un modo de exorcismo, creo que lo donaré al Salvation Army

domingo, 19 de junio de 2011

Luna llena sobre París

Nunca tuve muy claro dónde estaba Siam, pero la curiosidad me llevó a investigar esa canción de La Unión que hablaba un hombre lobo en París, inicio de mi viaje y seguía con un mago de donde ahora me encuentro. 
Queridos amigos, bienvenidos a Tailandia, el antiguo reino del Siam, ese país que no ha dejado de sorprenderme desde que he llegado por todo lo que ha aportado a la humanidad.

Os parecerá una broma pero ellos solitos son los inventores del Tai-Chi, del Muay Thai o Thai boxing, el Pad Thai, el gato siamés, el puente sobre el río Kwai, el Thai Gardens, la comida thai, el famoso masaje tailandés y miles de otras cosas que vuestros cerebros, en modo pre-vacacional, no podría absorber.
El puente sobre el río Kwai en Kanchanaburi
Para mi, el principal cambio ha consistido en constatar que he llegado a territorio arroz. Es decir, a Asia. Sí, ya sé que también comen noodles, pero el arroz es el rey, junto con el picante, que aún no he entendido por qué es tan bueno en climas tropicales (a mi me hace sudar y llorar a la vez). 
La verdad es que la cocina thai es espectacular, pero esas cartas de 250 páginas en las que todo me parece igual, me tienen un poco descolocado. Además, estoy convencido de que me engañan porque cada día pido una cosa diferente y siempre me traen lo mismo. Esta gente no son de fiar, os lo digo yo.

La capital de Tailandia es Bangkok, una ciudad inmensa que siempre está abierta y donde se puede comer cualquier cosa las 24 horas del día porque hay millones de puestos ambulantes que venden todo tipo de pinchos, sopas, fideos, etc. Los tailandeses, que son famosos por ser muy simpáticos, no me resultan especialmente agradables. No es sólo que me engañen con la comida, es que son gente con cara muy seria, nada alegre y diría que bastante inexpresivos. De hecho, nunca sabes qué están pensando y, si te lo dicen, no entiendes nada aunque te hablen en inglés. Para mi que toda esta gente pertenece al Vietcong y por eso se comportan como espías y parecen enfadados cuando hablan.
La población se divide entre los locales y los guiris, que son fácilmente reconocibles por su indumentaria ridícula, entre otros detalles, y que se subdividen en estereotipadas tribus, a cual más impresentable:
     -Hooligans ingleses rondando los 20 que vienen en busca de cerveza barata y fiestas de la luna llena, media luna, no luna...o la que sea. Estos son la mayoría y viven en una calle, de allí no salen por si se pierden.
     -Hippies de 50 que no saben dónde perdieron el karma y vienen a buscarlo con las mismas ropas que llevaban a los 20.
     -Impresentables de todas las edades en busca de sexo barato con locales.
Erawan Falls, cerca de Kanchanaburi
No quería hacer un comentario sesgado sobre la población sin conocer mejor la cultura local, así que decidí experimentar las virtudes del masaje tailandés. El lugar invitaba al relax, la música era perfecta y yo me disponía a dormitar un poco mientras me hacían el masaje cuando, de golpe, descubrí por qué esta gente parece que están siempre de mal humor. Más que masaje eso es una tortura a traición. Si hasta la mujer me apoyó la planta de su pie en un testículo y casi me hace llorar. La pude insultar en varios idiomas pero ella reaccionó igual que cuando en las películas de vietnamitas, les torturan para sacarles información, nada, no tienen sentimientos, se lo noto en la mirada.


Ayutthaya
Definitivamente Bangkok estaba contra mi, así que decidí desplazarme al interior del país a culturizarme un poco y a sacarme un título de conducción de motos versión Asia, uno de los actos más arriesgados que se me ha ocurrido en esta vida, pero de todo hay que experimentar y yo ya lo tengo.
Ayutthaya - Antiguo Palacio Real
Tanto estrés me ha obligado a venirme al sur, a la isla de Koh Tao, donde paso las horas en una hamaca leyendo y, cuando me canso, me voy a ver peces con las gafas de bucear chinas que me he comprado. Me estoy acostumbrando a ciertas carencias y a tener poco donde elegir (arroz o fideos, pollo o sepia) y me planteo mi posible conversión al budismo en las próximas semanas. De momento, he empezado a hacer contactos.

Creo que estoy muy cerca de alcanzar la paz absoluta.

"Sería más cómodo creer en Dios, pero escogí el lugar de la incomodidad". Jose Saramago

Esta semana he estado escuchando Cake y The Phoenix Foundation 

domingo, 5 de junio de 2011

Cómo convertir un viaje tranquilo en una batalla y que la policía te busque por impago

I see that it is by no means useless to travel, if a man wants to see something new. Passepartout en Around the world in eighty days. JULES VERNE

Al día siguiente de llegar a Pagwi, después de una mañana de búsqueda estéril que me había preocupado, el dueño de la guest house me buscó una canoa que fuera hacia donde yo quería ir. Visitaría varias aldeas junto a varias enfermeras que trabajan para Save the Children, lo que me permitiría conocer su trabajo y tener acceso a las casas de la gente. Parecía una opción privilegiada y minutos después escribía en mi Moleskine "puedo volver a decir que he tenido suerte y que no hay nada mejor que tener tiempo y calma para que las cosas se solucionen".

El Mº de Asuntos Exteriores, en su web, recomienda no viajar a Papúa Nueva Guinea por la inseguridad en las ciudades y el peligro que suponen las luchas tribales. Hasta el momento había conseguido mantenerme al margen de los famosos "rascals", los delincuentes callejeros y de cualquier tipo de discusión por dinero. De hecho, parecía que el viaje acabaría sin incidentes y, el estar lejos de la civilización facilitaba las cosas.

Desde mi llegada a PNG mi experiencia no podía sino negar toda la negatividad que había escuchado; ni la más mínima señal de peligro o inseguridad, sino todo lo contrario.

Había quedado con Harry a las 8 de la mañana, pero eran las 10 y las enfermeras no aparecían. Yo me lo tomaba con calma y seguía leyendo The Bafut Beagles con un café en mano. Parecía que tendría que esperar al día siguiente para ir a ver las famosas aldeas del Sepik. La otra opción pasaba por alquilar un bote, pero eso costaba un dineral porque son casi 3 horas para llegar y la gasolina es muy cara. La única opción era esperar y a eso de las 12 me confirmaron que ese día no podría ser, pero que había una canoa que iba a donde yo quería y, además, el piloto aceptaba llevarme a las 3 aldeas por un precio más que razonable. Perfecto, pensé.

"Tolerance is a question of patience, and patience is a question of nerves and their nerves were strained. The tenth man. GRAHAM GREENE

Kevin, que así se llamaba el sujeto, me había dicho veinte veces que ya salíamos, así que se estaba haciendo pesado el saber que no era así, hasta que me cansé y tuvimos la siguiente conversación:
-Kevin, no me mientas más, cuando esté todo el mundo, nos vamos, no pasa nada, pero deja ya de mentirme y de contarme historias.
-Sori "Lobe", we go now, we have plenty time "Lobe"

Finalmente, cuando todo el mundo llegó del mercado, salimos. Eran las tres y media y en todo el trayecto no hacía más que repetirme que llegaríamos a tiempo. Después de 50 veces, Kevin me tenía bastante cansado y le tuve que pedir que se callara para evitar tirarle por la borda. Además, iba borracho perdido y no sólo no teníamos tiempo, sino que se paró en un poblado a comprar una garrafa de un licor local que no me atreví a probar.

Al final, como era de esperar, llegamos a mi destino a las 6, con muy poco tiempo para ir a donde yo quería porque allí anochece a eso de las 6.30, así que habría que darse prisa, pero aún había que llevar a dos personas a la otra orilla del río.


Mientras esperaba me entretenía visitando una aldea, la más remota en la que había estado y donde los niños pequeños lloraban al ver a un blanquito. Los niños jugaban a las canicas y los mayores no paraban de preguntarme. La verdad es que fue bastante interesante, pero al día siguiente tenía que estar en Pagwi de vuelta y me quedaba muy poco tiempo para visitar lo que quería.

Se hacía de noche y Kevin no volvía. Mi paciencia, después del caminito que me había dado, estaba al límite.

Cuando apareció, junto con algunos amigos, seguía con una castaña tremenda y no razonaba demasiado. Ya era tarde para hacer nada y lo único que me preocupaba era que a eso de las 4 de la mañana se le hubiera pasado y estuviera listo para volver, así que se lo dije con bastante tranquilidad, a pesar de las ganas que tenía de darle cuatro golpes. Todo iba bien hasta que le salió lo del dinero, momento en el que el tipo enfureció y se puso a pegarme gritos. Nunca me he pegado con nadie y aunque creo que le habría tumbado, la situación no era la mejor para estrenarme y menos en el lugar donde me encontraba y dependiendo de él para volver a la civilización, donde tenía que tomar 4 vuelos en un día para volver a Sydney.


No hizo falta que yo le pegara porque resultó que Kevin es de un poblado de la orilla opuesta y se odian a muerte desde el día en que un chaval, en una pelea con ellos, perdió un ojo. Antes de que me diera cuenta, se montó una batalla impresionante entre los dos poblados. A mi me metieron en la guest house para evitar males mayores, pero pude ir siguiendo las incidencias por una ventana y por lo que me iba contando un chaval que no paraba de entrar y salir para llevarse machetes y hasta unas lanzas.

Joder la que se ha montado por mi culpa, pensaba yo. Después de unos cuantos puñetazos, la pelea se tuvo que posponer al día siguiente porque Kevin había recibido un machetazo en el antebrazo y otro tipo uno en la pierna. Acababa de perder mi transporte de vuelta.

La verdad es que no pude dormir demasiado y a las tres de la mañana ya estaba en pie. Por suerte y aunque tuve que pagar más dinero, la gente del pueblo me ayudó y me llevaron de vuelta.

El hecho de no haber visto las tallas no me preocupaba, el viaje por el río y el haber visto esa aldea me parecían más que suficiente. Me había encantado y aunque incidente con Kevin era un punto negro en el viaje, no le daba mayor importancia, no me había pasado nada.

Estaba molesto conmigo mismo porque había cometido un error, le había adelantado el dinero de la vuelta a Kevin, algo que nunca hago y eso, aunque más de uno se ría, me molestaba bastante y ya no iba a tener oportunidad de recuperarlo así que, al llegar a la guest house, le dije que no tenía dinero suficiente pero que Kevin, que me debía dinero, se lo pagaría.

Pensaba que había colado, pero a los 10 minutos tenía allí a la policía reclamándome el dinero. Parecía que la historia nunca iba a acabar y sabiendo que le debía dinero al hombre de negocios del pueblo, no tenía muchas opciones de ganar, pero suele ocurrir que esta gente no sabe muy bien cómo reaccionar ante un hombre blanco y menos si es un hombre blanco que les plantea una serie de problemas que se convierten en su dolor de cabeza.

Mi planteamiento fue, en resumen, que yo pagaría mi deuda si ellos conseguían que Kevin me pagase lo que me debía más lo que yo había pagado por la gasolina para volver de allí y eso lo tenían que hacer antes de que llegase mi bus. Aún le dan vueltas a la historia, estoy seguro, pero yo no pagué nada más y recuperé casi todo mi dinero.

Necesitaba pasar mi últimos tres días descansando y recordé que la misionera me había hablado de Muschu Island. Palabra del Señor.

Ahí va una foto desde mi cabaña y otra con los regalos del último día que me hicieron los chavales del pueblo, 50 kilos de mangos y unos cuantos peces, lo más cercano al paraíso que he estado y un sitio perfecto para acabar mi visita a este gran país.

Foto tomada desde el balcón de la cabaña.

Ah, Lobe soy yo, aunque la mayor parte de las veces me llamaban algo así como Robert. Hace años que dejé de intentar que ningún guiri me llame por mi nombre.

Los mangos y el pescado que, con ese artilugio, capturaron los chavales de sMuschu. Al fondo, mi cabaña

A man should get used to standing alone early in his life. Isolation has a lot in his favour. ALEXANDER VON HUMBOLDT


Cómo arriesgar la vida a cambio de aparecer como una reseña en la prensa mundial

Mi estancia en Madang llega a su fin. Después de varios días, las misioneras de la Lutheran Guest House ya me tratan como a uno más y me da un poco de pena dejar la vida casi familiar de este lugar, pero me espera la última frontera, donde pasaré los últimos días de mi estancia en Papúa Nueva Guinea, el Sepik River, al que llegaré en barco, en vez de hacer un tortuoso camino en bus+bote+bus.
El barco que hace el trayecto Madang-Wewak es de esos que todos los años salen en el telediario porque se han hundido por sobrepeso.

La noticia no suele variar demasiado, "2000 personas mueren en PNG al hundirse un barco con capacidad para 200" y siempre es en un país asiático y en un lugar del que nadie ha oído hablar antes. En este caso, algún periódico se haría eco de la presencia de un blanquito, pero como no fui al consulado español a decir que me adentraba en territorio no recomendado por el ministerio, oficialmente no estoy aquí.

Pero bueno, no quiero parecer macabro, lo siento, pero al ver lo roñoso que estaba el barco, se me vino a la mente esa noticia que, invariablemente se produce todos los veranos.


Como se puede apreciar en las fotos, no era el Queen Elizabeth o uno de esos cruceros de lujo, pero la compañía era mucho más interesante y, además, me dio tiempo a hacer varios amigos, como el chaval de la foto, Michael, que sólo que hablaba en Pidgin y Christina, una misionera de Hong Kong que me fue de gran ayuda y a la que volví a ver una semana más tarde.


El viaje transcurrió sin novedades destacables. Mi pidgin iba mejorando gracias a mi nuevo amigo, aunque mi cara de cansado deja claro que dormir, no dormí demasiado.

Nuestra conversación no era demasiado profunda, no nos entendíamos, pero él parecía encantado por estar conmigo y explicarme cosas que hacían reír a los que teníamos alrededor y yo, aunque tenía ganas de leer o de dormir, decidí que ser partícipe de la sonrisa de un buen grupo de gente era lo mejor que podía hacer, ¿o no queda claro en la foto? Al llegar a Wewak tomé un camión y, 6 horas después, llegué a Pagwi, el punto más al norte del río Sepik al que se puede llegar por carretera y desde donde iba a planificar varias excursiones para visitar aldeas y conocer los Haus Tambarans, construcciones donde los artistas locales, los más reputados talladores en madera del Pacífico, reflejan su trabajo.