domingo, 2 de octubre de 2011

En las selvas de Borneo...

Tenemos mucha actividad y poca reflexión, y tan importante es hacer como entender lo que hacemos. Pere Monrás, médico.
Cada país que he visitado hasta ahora ha tenido sus puntos fuertes desde el punto de vista de la naturaleza. Nueva Zelanda me impresionó, entre otras cosas, por la gran variedad de espectaculares fenómenos de la naturaleza y por lo fácilmente accesibles que son. Un ejemplo son los glaciares, que no sólo son muy escasos en el mundo sino que, los que hay, suelen encontrarse en alturas elevadas y en lugares de difícil acceso, mientras que los de Nueva Zelanda están casi a nivel del mar y se puede llegar a ellos sin subir montañas.
Borneo, una isla legendaria, conocida por la brutal biodiversidad que atesora, se presentaba como una visita muy interesante donde poder disfrutar de selvas primarias aún no destrozadas por el hombre. Además, es famoso lo complicado que es disfrutar de todas estas maravillas porque el gobierno de Malasia, en un intento por proteger los parques nacionales, limita mucho el acceso de visitantes y las posibilidades de alojamiento son muy restringidas, con lo que mucha gente se vuelve a casa decepcionada porque no ha podido visitar nada por falta de plazas.

La primera experiencia fue bastante desalentadora. La reserva del río Kinabatangan, uno de los sitios donde mayor número de orangutanes viven, se ha visto reducido a una estrecha franja de, en algunas zonas, unos 100 metros de ancho de selva rodeada de millones de hectáreas de plantaciones de palmeras de las que se extrae el aceite de palma, primera industria del país si excluimos la extracción de petróleo.
LA LLEGADA A MULU
-Las condiciones climatológicas no son buenas. Hay un frente muy intenso situado en este momento sobre Mulu que limita la visibilidad y dificulta las tareas de aproximación, explicó el piloto a los pasajeros. 

Demasiada información para un pasaje previamente asustado por los vaivenes producidos por las turbulencias y que, a partir de ese momento entró en estado de shock, sacó las uñas y las clavó en los reposabrazos y no quitó la vista de las ventanas para intentar adivinar qué estaba haciendo el capitán y a qué altura nos encontrábamos.

La lluvia era muy intensa y las nubes muy bajas, lo que impedía tener una mínima visibilidad del aeropuerto, perdón, de la pista donde debíamos aterrizar. El comandante hizo dos maniobras de aproximación y en una de ellas no sólo bajó el tren de aterrizaje, sino que descendió el aparato hasta situarse muy cerca de la copa de los árboles. En el último momento, muy cerca de tierra, revolucionó los motores y se internó de nuevo en las nubes mientras levantaba vuelo.
Mi simpática compañera de asiento me cogió la mano y me acordé de un vuelo a París con mi amigo Gabi Ripollés en el que la mujer que tenía a mi lado me dijo que tenía pánico a los despuegues y me pidió que, si no me importaba, le dejase agarrarme la mano. Yo se la cedí, pero al rato me arrepentí porque llegué a temer porque la falta de riego sanguíneo hiciera necesaria la amputación de la misma. Lo peor fue que un par de horas después, cuando la sangre comenzaba a circular con normalidad por mis venas y el color morado había empezado a dejar paso a un tono más normal, descubrí que no sólo le tenía miedo a los despegues.

El comandante volvió a hablar más de la cuenta para anunciar a unos pasajeros al borde del ataque de pánico que haría un último intento de aterrizar y que, de no lograrlo, tendría que retornar al aeropuerto de Miri. Supongo que, para la gente que ya estaba asustada en ese momento, éstas palabras no fueron nada tranquilizadoras.
Taman Negara Gunung Mulu es el parque nacional más grande de Sarawak, la región que ocupa el noroeste de la isla de Borneo y uno de los más inaccesibles, ya que sólo se puede llegar por avión o tras un caro y largo viaje de un día de duración por un río. El parque, debido a la complejidad del terreno y a la densidad de la selva que lo puebla, no ha mostrado aún todo lo que esconde y sigue siendo objeto de investigación. Todos los años se producen interesantes descubrimientos de nuevas cuevas, ríos subterráneos o animales desconocidos hasta la fecha, pero lo que ya está demostrado es que alberga el sistema de cuevas más grande del mundo.
Por la mañana había visitado una de las pocas cuevas a las que puedes ir sin guía, la Moonmilk Cave, que aunque muy bonita, no me había parecido impresionante, lo cual rebajó un poco mis expectativas ante una de las cuevas que iba ver esa misma tarde y de la que, sorprendentemente, lo que más destacan son los 3 millones de murciélagos que cada tarde la abandonan formando una inmensa nube negra en el cielo.

La primera de las cuevas, el aperitivo, me pareció simplemente espectacular, enormes cámaras con bellas estalactitas perfectamente iluminadas y formaciones geométricamente imposibles que me maravillaron. Nunca había estado en una cueva con tantas formaciones, tan variadas y tan impresionantes. A cada paso descubría nuevas formaciones. Las estalactitas formadas en espiral me fascinaron, pero lo que me acabó de alucinar fue el río subterráneo que recorría la cueva.

Las complicaciones de todos los vuelos y reservas, que casi me habían impedido venir hasta Mulu me parecían totalmente compensadas ante lo que tenía delante y había estado disfrutando, no sólo en la cueva, sino en la hora y media que se tarda en llegar atravesando la selva.

En ese momento casi se me había olvidado que aún me quedaba por ver la Deer Cave, situada a pocos metros de Lang Cave- Si éstá me había impresionado, la segunda me mantuvo con la boca abierta durante todo el tiempo que estuve dentro. Las dimensiones, al contrario que en la primera, en la que todo es más pequeño, son masivas, impensables para lo que conocía como una cueva. De hecho, es la cueva más grande del mundo. No la más larga, pero sí la de mayor volumen. Sus 175 metros de altura simplemente se escapan a los comentarios y aunque intento explicarlo con palabras, no encuentro la manera de transmitir lo que sentí. Espero que las fotos sean suficientemente ilustrativas. La enormidad y el hecho de que apenas hubiera gente, ayudaron mucho a disfrutar aún más la experiencia de estar ante la inmensidad de la cueva. El día anterior había llovido bastante y el agua que se había filtrado formaba pequeñas cortinas de agua que lo hacían incluso más bonito. Al final de la cueva se abre la luz y aparece una visión de verde espectacular ante tanta oscuridad. Lo llaman el jardín de Adán y Eva.
La visita a Mulu acababa de empezar y ya tenía claro que se iba a convertir en mi destino preferido de todo lo que he visto en Asia. 








1 comentario:

  1. ...no me digas que viajaste a Mulu en un Casa212??? ...para nosotros ése, ya es casi símbolo de tragedia...

    Elena.E

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